Tuviste la oportunidad de conocerme, de quererme, de amarme. Sin embargo, me trataste como si el tiempo fuera infinito, como si mis sentimientos fueran una brisa pasajera en el viento. Te miro ahora y comprendo que, aun sabiendo que no era tu prioridad, decidí quedarme. Te ofrecí mi amor, nacido desde lo más profundo de mi ser, como un río que fluye incesante, buscando su camino.
Recuerdo esos momentos compartidos, cuando tus risas iluminaban mis días y tus ojos se encontraban con los míos, repletos de promesas que nunca llegaron a materializarse. A veces, me preguntaba si realmente entendías la magnitud de lo que te ofrecía. Cada vez que te inclinabas hacia tus propias prioridades, una sombra se cernía sobre nuestra historia. Era como vivir en un hermoso sueño, donde las palabras dulces eran el refugio que anhelaba, pero las acciones hablaban un idioma diferente, uno que no lograba descifrar.
Decidí, entonces, separar lo que siento de lo que veo. Fue un acto de valentía, un intento de proteger mi corazón de la decepción que se avecinaba. Dejé de lado aquellas palabras que solían envolverme en su calidez y comencé a prestar atención a las actitudes, esos pequeños gestos que, aunque sutiles, revelaban la verdad oculta detrás de cada sonrisa. Cada vez que tus ojos se desviaban de los míos, cada vez que tus promesas se desvanecían en el aire, un pedazo de mi corazón se quebraba, como un cristal que cae al suelo.
Hoy estoy aquí, con el corazón completamente destrozado, pero con la absoluta claridad de que nada fue ni será recíproco. A veces me pregunto si alguna vez comprendiste el peso de lo que significaba amarme. La distancia que creaste entre tus palabras y tus acciones se convirtió en un abismo imposible de cruzar. Cada «te amo» se transformó en un eco vacío, resonando en un espacio donde la sinceridad se había desvanecido.
El amor, ese sentimiento tan poderoso, se convirtió en una sombra que me perseguía sin descanso. Mientras tú avanzabas hacia lo que querías, yo permanecía inmóvil, esperando un gesto, una señal de que mis sentimientos eran correspondidos. Pero como un espejismo, todo se desvanecía tan pronto intentaba alcanzarlo.
El tiempo ha pasado, y con él, las esperanzas que una vez florecieron en mi pecho comenzaron a marchitarse. He aprendido que, a veces, el amor no es suficiente. Que por más que desees con todas tus fuerzas que alguien te ame de la misma manera, la realidad puede ser cruel y despiadada. Las promesas incumplidas se transformaron en lecciones dolorosas, y cada lágrima derramada fue un recordatorio de que el amor no siempre es un camino de rosas.
Hoy, al mirar hacia atrás, contemplo nuestra historia como un hermoso sueño que se desvaneció al amanecer. Un relato tejido con risas y lágrimas, promesas y desilusiones. Sin embargo, este capítulo me ha enseñado a valorarme como persona, a reconocer mi valía y a no permitir que nadie me menosprecie.
Así que aquí estoy, dispuesto a continuar. Con un corazón que, aunque herido, conserva intacta su capacidad de amar. He comprendido que el amor verdadero no se mide por las palabras, sino por las acciones, y que merezco a alguien que permanezca a mi lado tanto en la alegría como en la adversidad. Mi historia no termina aquí; apenas comienza.