Hay días en los que mi alma parece caminar descalza sobre este suelo frío, y no importa cuánto intente cubrirla, el vacío se cuela como un viento helado que cala hasta mis huesos. Extraño mi vida, esa que ahora parece un recuerdo lejano, casi como si perteneciera a alguien más. Extraño esos momentos en los que me sentía vivo, cuando el mundo tenía colores vibrantes y todo parecía tener un propósito. ¿Cuándo fue que me apagué tanto? Ni siquiera yo lo sé. Es como si, poco a poco, las luces se hubieran ido atenuando sin que me diera cuenta, hasta dejarme aquí, en esta penumbra silenciosa.
Recuerdo esos días en los que no existía este vacío que ahora me acompaña como una sombra constante. Antes, no sentía esta ausencia, esta falta de algo que no sé cómo describir. Era una época en la que no conocía esta soledad que ahora parece habitar en cada rincón de mi ser. No es la soledad de estar físicamente solo, sino una más profunda, más íntima, como si me hubiera desconectado de mí mismo. Es una sensación extraña, como si mi reflejo en el espejo ya no me reconociera.
A veces me pregunto cuándo comenzó todo. ¿Fue un solo momento, un golpe que partió algo dentro de mí? ¿O fue algo más lento, como una lluvia constante que, gota a gota, fue desgastando mi espíritu? Tal vez fue una mezcla de ambas cosas. Tal vez fui dejando que pequeñas grietas crecieran, ignorándolas hasta que un día ya no hubo manera de repararlas.
No siempre fui así. Hubo un tiempo en el que me sentía pleno, como si cada día trajera consigo una nueva oportunidad para descubrir, para sentir, para ser. Había una chispa en mí, una energía que me empujaba hacia adelante, que me hacía querer más, soñar más, vivir más. Ahora, esa chispa parece haberse apagado, y lo que queda es una especie de ceniza fría que no sé cómo volver a encender.
Extraño la versión de mí que no conocía este cansancio, esta sensación de estar atrapado en una rutina que no me lleva a ningún lado. Extraño la ligereza con la que solía caminar por la vida, sin este peso invisible que ahora cargo conmigo. Extraño no tener que luchar contra mis propios pensamientos, no sentir que cada día es una batalla contra algo que ni siquiera puedo definir.
Pero, a pesar de todo, hay algo dentro de mí que se niega a rendirse por completo. Es una pequeña voz, apenas un susurro, que me recuerda que todavía estoy aquí, que todavía hay tiempo para encontrar el camino de regreso a mí mismo. No sé cómo hacerlo, no sé por dónde empezar, pero quiero creer que es posible. Quiero creer que, aunque ahora me sienta apagado, todavía hay una chispa en algún lugar, esperando ser encendida.
Tal vez el primer paso sea aceptar que está bien sentirse así. Que no siempre tenemos que estar bien, que no siempre tenemos que tener todas las respuestas. Tal vez sea cuestión de dejar de luchar contra el vacío y la soledad, y en su lugar, aprender a convivir con ellos. Tal vez, al hacerlo, pueda empezar a entenderlos, a escuchar lo que me están tratando de decir.
Porque, al final del día, creo que este vacío y esta soledad no están aquí para destruirme, sino para enseñarme algo. Tal vez me están mostrando las partes de mí que he ignorado, las heridas que he dejado sin sanar, las emociones que he preferido callar. Tal vez me están dando la oportunidad de reconstruirme desde adentro, de crear una versión de mí que sea más fuerte, más auténtica, más viva.
No sé cuánto tiempo me llevará, ni cómo será el proceso. Pero quiero intentarlo. Quiero encontrar la manera de volver a sentirme vivo, de volver a disfrutar de las cosas simples, de volver a conectarme conmigo mismo y con el mundo que me rodea. Quiero recuperar esa chispa, esa luz que alguna vez me hizo sentir completo. Y aunque el camino sea largo y difícil, sé que vale la pena recorrerlo. Porque, al final, lo que realmente extraño no es mi vida pasada. Lo que realmente extraño soy yo.