Si me preguntas cómo estoy últimamente, probablemente te respondería con una sonrisa forzada y un «todo bien, todo bien» que no se siente del todo sincero. Pero si hay confianza entre nosotros, si realmente me miras a los ojos y me das ese espacio seguro, te confesaría que estos últimos días han sido un verdadero laberinto emocional. Me siento como un barco a la deriva, flotando en un mar de incertidumbre y desasosiego.
Hay momentos en que el vacío en mi pecho se vuelve tan abrumador que parece que me consume. Es una sensación extraña, como si cada latido fuera un recordatorio de que algo falta, de que hay un hueco en mi ser que no sé cómo llenar. Las palabras, que alguna vez fluían con facilidad, ahora se sienten pesadas y difíciles de pronunciar. Hablar con los demás se ha convertido en un esfuerzo titánico; prefiero el silencio, ese refugio que me envuelve como una manta gris.
Es curioso cómo, a pesar de estar rodeado de gente, me siento tan solo. Es como si hubiera una barrera invisible entre ellos y yo, un cristal que me aísla en mi propia burbuja de tristeza. A veces, miro a mi alrededor y veo a las personas riendo, disfrutando de la vida, y me pregunto cómo logran hacerlo. ¿Acaso no sienten el mismo peso en el alma?.
El deseo de desaparecer se ha vuelto una constante en mis pensamientos. No es que quiera hacer daño a nadie, ni que busque causar preocupación. Es más bien un anhelo profundo de escapar, de encontrar un lugar donde el ruido del mundo se apague y pueda escuchar mis propios pensamientos. Quisiera irme lejos, a un rincón donde el aire sea más ligero y las preocupaciones se disuelvan como la niebla al amanecer. Un lugar donde pueda ser solo yo, sin la presión de las expectativas ajenas.
A veces, me siento como un espectador en mi propia vida, observando desde la distancia cómo las cosas suceden a mi alrededor. La rutina se ha vuelto monótona, los días se deslizan uno tras otro como hojas arrastradas por el viento. Me despierto cada mañana, me visto y sigo adelante, pero dentro de mí hay un grito silencioso que clama por atención. Quiero sentir, quiero vivir, pero la apatía se ha apoderado de mí, como un ladrón sigiloso que se lleva mi energía y mis ganas.
Las noches son las más difíciles. En la oscuridad mis pensamientos se vuelven más intensos y el vacío se siente más profundo. A menudo me encuentro mirando al techo, preguntándome si esto es todo lo que hay en la vida. La soledad se convierte en una compañera inquietante, susurrando dudas y temores que no puedo ignorar. Me gustaría poder compartir mis miedos, abrir mi corazón y dejar que otros vean la tormenta que se agita en mi interior, pero el miedo al juicio me paraliza.
Sin embargo, en medio de esta confusión, hay destellos de esperanza. A veces, una canción me toca el alma y me recuerda que no estoy solo en esto. Hay personas que han atravesado tormentas similares y han encontrado la manera de salir adelante. Quizás, solo quizás, yo también pueda encontrar mi camino. Tal vez, en lugar de buscar escapar, debería enfrentar mis demonios y darles la bienvenida a la luz.
Así que aquí estoy, en este punto de mi vida, tratando de dar sentido a lo que siento. Quiero aprender a navegar por este océano emocional, a encontrar las olas que me lleven hacia la calma. Quizás no tengo todas las respuestas ahora, pero estoy dispuesto a buscar, a explorar y a permitirme sentir. Porque, al final del día, lo que más deseo es reconectar conmigo mismo y con el mundo que me rodea.
Quiero recordar que, aunque el vacío a veces se sienta abrumador, también hay belleza en la vulnerabilidad. Y aunque hoy me sienta perdido, sé que cada paso que doy, por pequeño que sea, me acerca un poco más a la luz.