En el crepúsculo de mi ser, siento cómo la luz que alguna vez ardió con intensidad en mi interior se desvanece lentamente, como una vela que lucha contra la brisa implacable del tiempo. Soy dolorosamente consciente de esta metamorfosis silenciosa, de cómo mi esencia se diluye en las sombras de lo que solía ser.
Los días pasan, uno tras otro, y nadie parece percatarse de mi paulatina ausencia. Pero… ¿cómo podrían?, mi sonrisa, una máscara perfectamente cincelada, permanece inmutable, un espejismo de felicidad que engaña incluso a los ojos más atentos. Mis pasos, aunque vacilantes por dentro, resuenan con una falsa seguridad sobre el pavimento de la cotidianidad.
El mundo sigue girando a mi alrededor, un torbellino de rostros y voces que pasan junto a mí, ajenos a la tormenta que se desata en mi interior. Se detienen frente a mí, me miran, pero no ven. No ven cómo me desmorono por dentro, cómo cada pieza de mi ser se desprende lentamente, cayendo en un abismo de desesperanza.
Las mañanas se han convertido en una batalla contra la gravedad de mis propias emociones. La cama, antes un refugio de descanso, ahora es un campo magnético que atrae mi cuerpo cansado, tentándome a rendirme ante la apatía. Sin embargo, me levanto, día tras día, en un acto de rebeldía contra mi propia derrota.
La tristeza, esa compañera silenciosa, ha encontrado formas de manifestarse más allá de las lágrimas convencionales. Es un llanto invisible que empapa mi alma, un grito ahogado que reverbera en el silencio de mi voz. Es un dolor que se expresa en la quietud, en los suspiros contenidos, en las miradas perdidas en el horizonte.
A pesar de mi propio naufragio emocional, continúo siendo el faro para otros, ofreciendo mi luz menguante para iluminar sus caminos. Es una paradoja cruel: mientras me desmorono por dentro, sigo siendo el pilar en el que otros se apoyan.
Este declive gradual pasa desapercibido ante los ojos del mundo. Quizás algunos lo noten, pero lo descartan como una nube pasajera en el cielo de mi existencia. Esperan, con una confianza ciega, que me levante una vez más, como siempre lo he hecho. Después de todo, soy aquel que nunca flaquea, el que siempre encuentra la fuerza para seguir adelante.
Pero esta vez, en la penumbra de mi ser, una duda se arraiga profundamente. Una pregunta que susurra en los rincones más oscuros de mi mente: ¿Y si esta vez no puedo levantarme? ¿Y si esta vez, la oscuridad finalmente me envuelve por completo?